Hay momentos de mi vida digital que tengo grabados a fuego. Recuerdo cómo fue la primera vez que usé un ordenador, la sensación al jugar a mi primer videojuego, la primera tarde en que me conecté a Internet y el primer día que utilicé un smartphone. En todas esas ocasiones tuve la sensación de estar descubriendo algo más allá de lo que estaba usando.
También recuerdo la sensación que tuve al usar un iPhone, un iPad, un Mac, unos AirPods o un Apple Watch por primera vez. Ninguno inauguró su género, pero en mayor o menor medida todos definieron el estándar de su categoría por muchísimo tiempo (con asterisco para el iPad). Incluso con sus imperfecciones, sentaron unas bases que siguen vigentes tras muchas generaciones e impulsaron sus mercados.
Son sensaciones similares a las que he tenido probando las Vision Pro. No es el primer casco de realidad aumentada que he probado y hay alternativas bastante meritorias, pero sé que esta toma de contacto la recordaré muy bien cuando sea un anciano y también sé que este producto pone los pilares de lo que vendrá en los próximos años. Incluso con sus imperfecciones, que las tiene.
Uno esperaría que las Vision Pro viniese en una caja solo un poco más grande que su estuche, pero no es así: viene en una caja enorme, superior a la de un Mac Studio. Al abrirla vemos todo lo que trae:
Poco que comentar, salvo que a nivel estético la correa simple es muy superior, además de muy cómoda. No obstante, el peso queda repartido de forma muy asimétrica, por lo que mucha gente preferirá la opción doble, la cual trae otro problema: puede arruinar nuestro peinado. Suena frívolo, pero ocurrirá. No todo el mundo se pone un gorro para abrigarse si justo después tiene una cena.
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